“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”

E. Hemingway.
"París era una fiesta"


Monday 23 October 2017

Everybody must get stoned

Ayer he visto que alguien aprovechaba una nueva biografía de Ernest Hemingway para revindicar un artículo propio llamado "El Insomnio de Hemin Gay" -alquien debería restringirle la creatividad a el autor, ¿verdad?; tanto ingenio podría lastimar el ego de los dioses- en el cual se toca -se manosea, se recontraaprieta en un callejón- el tema de la supuesta homosexualidad de mi amor, disfrazada de valentía, que sería lo que lo habría llevado al suicidio. (No su precaria salud después de dos accidentes aéreos; no su disposición para la autodestrucción, que conocía todo el mundo; no la severa depresión por la que fue hospitalizado en la clínica Mayo y tratado con electro shocks; no, la pajarería. Lo mató no poder revolotear a gusto en París, con las palomas de las Tullerías.)

No voy ni a intentar buscarle la quinta pata al gato de las intenciones detrás de estos escribidores porque me parece clara como un puñetazo: corren los tiempos en que un piropo en la calle es asalto sexual; si un hombre abre la puerta del auto u ofrece pagar la cuenta de una mujer no es por cortesía, sino por misoginia; el pelo en el pecho es una muestra clara de que son seres humanos de tercera: todo el mundo sabe que lo lógico y políticamente correcto es circular por lo bajito, liso como una salamandra y enarbolando algún párrafo de Simone de Beauvoir aunque no se le entienda, como un buen princeso.

Lo que sí me gustaría saber es dónde se quedó aquella gracia con la que los homosexuales de antes se definían, aquella con la que se comían al mundo a bocados. Me pregunto qué pensaría Oscar Wilde de esta tendencia a movilizar las masas en aras de una conducta sexual única, de esta cacería de brujas que ya no sabe distinguir entre derechos y libertades.

Y pensando esto he recordado al negrito Tuta, marica a dos manos, a quien vi un día sentado en el quicio de su puerta, batiendo palmas como un bendito y cantando a todo pulmón: "Tuta, qué lindo es Tuta; ¡quien lo defiende lo quiere más!" para el cuerpo de bomberos en pleno, situado justo en frente; no se sabía quién se divertía mejor.

Necesitamos un ejército de Tutas, con p, que manden a sus hijos de vuelta al colegio de la vida y enderecen el mundo.


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